Viejos hábitos: Herencia del 68
Verano de 1968. Militares y policías masacran a estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas. Nunca antes el país había sido testigo de una represión tan brutal como esta. Febrero de 2020. Universitarios poblanos de diferentes instituciones académicas realizan manifestaciones y se declaran en paro indefinido. La rabia e inconformidad de los estudiantes es evidente, sus voces resuenan a lo largo y ancho del estado, se propagan, y hacen eco en los estados vecinos, e incluso al otra lado del mundo.
El asesinato de sus compañeros ha provocado un despertar, y el sentimiento de lucha, que se creía perdido, parece por un instante renovarse. El último acto de solidaridad vivido en el país fue resultado de una catástrofe natural, hoy en cambio, es una crisis social lo que ha hecho a la comunidad universitaria reconocerse como una misma fuerza. Sería imposible comparar la magnitud y violencia de este movimiento con el de aquella tarde en Tlatelolco pero, existe una verdad irrefutable: el deseo revolucionario por la paz y justicia es el mismo.
Los jóvenes, no sólo como víctimas, sino como los miembros más activos de la sociedad, protestan ya no por su futuro, sino por su presente, que cada día se vuelve más adverso. Las mayores preocupaciones de los estudiantes no son académicas ni profesionales, son sociales. En 1819, Schopenhauer escribía en su obra El amor, las mujeres y la muerte que las cosas en el mundo pasan con las mismas intenciones y suerte, diferentes motivos y sucesos, pero el mismo espíritu.
Imposible es no ver y escuchar en la mirada y voz de los estudiantes la misma protesta que en la de la generación del 68, y aunque la causa que originó los movimientos es distinta, se puede percibir una sensación similar a la de tiempo atrás. Incluso el miedo de una respuesta radical atraviesa la mente de los que se han protestado; nombres pintados en brazos y piernas, grupos de vigilancia, rutas de evacuación, filtros de seguridad, son parte de las medidas en Ciudad Universitaria.
La idea de iniciar una manifestación por las dolencias de la sociedad actual ha sido radical; lo que comenzó en una de las facultades más pobladas, se ha extendido a sus compañeros, instituciones académicas, dentro y fuera del estado, mandando un mensaje contundente al gobierno y la sociedad. Sin ser tan volátil como aquel octubre, la juventud parece, como pocas veces, desafiar y cuestionar al Estado, y reprochar a la ciudadanía por su indiferencia y apatía ante las muertes y violencia que acumula la nación. En los pasos peatonales estudiantes aprovechan la luz roja para mostrar pancartas y recitar cánticos de justicia y paz.
No obstante, el pensamiento que se ha formado a raíz del paro estudiantil, carece de la violencia necesaria para producir las consecuencias esperadas. No una violencia agresiva y descontrolada, sino la del tipo resiliente, concentrado y penetrante, que genera conciencia en todos y cada uno de los que somos testigos.
No olvidar que es el acto propio de pensar el origen de todo cambio, de toda revolución, por lo que exigir justicia por la muerte de cuatro no debe ser sino tan solo el inicio de un pensamiento mayor, más profundo. Que los medios de comunicación difundan la noticia, que las imágenes y mensajes inunden las redes, que los universitarios se congreguen y dialoguen, es síntoma claro de una sociedad cansada de doblegarse, y sin embargo, los límites de aquel pensamiento parecen difusos.
La idea pues, debe arraigarse en lo más profundo de la sociedad, debe prevalecer frente a la información polarizada, debe rehusarse a los intereses propios y ajenos, debe reafirmarse a tráves de cada individuo. Si bien es el vínculo entre las personas lo que fortalece una idea, ésta debe ser firme en todos para poder imponerse. La falta, o mala organización, la distorsión de juicio, los egoísmos propios de la juventud, entorpecen el proceso, y generan dudas.
Hasta ahora, la condenscendencia de las instituciones sólo debilita la lucha de los estudiantes, por lo que será necesario establecer límites con las mismas, y quién sabe, tal vez en su momento desafiarlas. La frialdad de la sociedad, refleja la manera en la que se ha comenzado a asimilar la delincuencia, muerte y falta de responsabilidad, y rebaja la importancia de la causa. Será pues la firmeza en sus ideales lo que otorgue a los jóvenes el triunfo; no la respuesta del gobierno, no la empatía de sus conciudadanos, ni siquiera la prolongación del paro, el eco de su voz o las crisis que pueda provocar.
Será el cambio de conciencia en los actos simples, en los actos cotidianos, en el respeto, en la tolerancia, pero más importante aún, en el complejo acto de pensamiento, que genera crítica, destruye prejuicios y abole la ignorancia, lo que realmente haga que la lucha emprendida valga la pena.
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