Neologismos: La nueva realidad del lenguaje
Foto: El Independiente
El lenguaje no solo sirve como un medio de comunicación, sino también como un medio de expresión, de manifestación; cultural, económica, social, y hasta políticamente. Todo aquello que importa e interesa a la sociedad, queda plasmado en ese sistema de signos del cual nos servimos para transmitir lo que pensamos y sentimos. Sin embargo, la naturaleza humana no es inmutable por lo que, en múltiples momentos de la historia, se han visto modificadas las condiciones en las que habita la sociedad, siendo el lenguaje uno de los elementos más alterados.
Fuego, rueda, imprenta, mexica, papalote, son ejemplos de neologismos; palabras nuevas, creadas para expresar algo que antes era desconocido, o que carecía de un significado. Vocablos que, en la mayoría de los casos, incorporamos de manera inconsciente, sea porque su significado siempre ha formado parte de nuestro entorno o porque forma parte de un cambio natural en nuestra sociedad. Al respecto, hoy en día, nos encontramos ante una nueva encrucijada lingüística: el lenguaje inclusivo. Aceptado y empleado por el mismo grupo que pretende representar, todes esas personas que el masculino y femenino de la lengua española rechaza, o cuando menos, excluye, por no saber definirlos.
Al respecto, valdría la pena estudiar las diferentes posturas que se tienen alrededor del mundo, más aún, plantear la problemática de la inclusión en el lenguaje. México es uno de los países donde el machismo y la homofobia se encuentran más arraigados por lo que, resulta natural el rechazo hacia los vocablos que buscan incluir a esos sectores de la población que siguen sin ser aceptados por la generalidad.
Sin embargo, una vez más, los pueblos originarios del territorio mexicano, muestran una cultura más avanzada, diversa. En el Istmo de Tehuantepec, en Oaxaca, el zapoteco continúa siendo la lengua empleada por la mayoría de la población, una lengua de la que emana un tercer género: muxe. Los muxes son personas nacidas con genitales pero que adoptan un rol femenino en la sociedad, que han pertenecido desde el inicio de esta civilización siglos atrás, y por lo mismo, nunca han sido cuestionados.
De esa manera, los muxes jamás han tenido que elegir entre el género masculino o femenino para identificarse, de hecho, el diidxazá (variante del zapoteco hablado en el Itsmo) no conoce géneros. Así, hombres, mujeres y muxes se encuentran en una situación de igualdad frente al lenguaje, misma que se ve reflejada en sus comunidades, salvo los casos donde la desigualdad social, traducida en pobreza, los ha obligado a modificar su orden.
De regreso a la época moderna, el movimiento LGBTTTQ, se formalizó apenas en 1969, cuando en Greenwich Village, Nueva York, se presentó una primera manifestación en contra de la violencia y acoso ejercido por el cuepro policial de la ciudad. A partir de entonces, la Comunidad (como sus miembros se refieren a ella), ha emprendido diferentes luchas, desde lo histórico hasta lo político, llegando, inevitablemente, hasta el lenguaje. Un campo donde la batalla por la inclusión parece estar cada vez más equilibrada.
Ejemplo de esto es Suecia, país donde se integró un nuevo pronombre en 2015: hen. Hasta hace cinco años, el sueco, como la mayoría de los idiomas, contaba únicamente con dos géneros, sin embargo, esto cambió cuando la Academia Sueca, después de diferentes fallos, optó por introducir el término hen entre otros 13,000, para ampliar el vocabulario. Aunque la palabra resultará incómoda en principio, el tiempo, y un estudio realizado por PNAS (Proceedings of the Natioanl Academy of Sciences), demostraron que, la introducción de un pronombre neutro reduce los prejuicios y sentimientos negativos sobre las mujeres y personas LGBTTTQ. Además, el pronombre neutral, disminuyó la importancia dada a los hombres, logrando una visión más igualitaria entre todos los géneros.
Por supuesto, así como la tercera Ley de Newton, a esta acción hubo una reacción. En entrevista para Apuntes de Rabona, la periodista y asesora lingüística, Paulina Chavira, señalaba lo difícil que puede resultar la traducción de ciertos textos, sobre todo cuando provienen de un idioma con reglas gramaticales tan distintas. Al respecto, Chavira tomaba como ejemplo el pronombre en inglés they, que no cuenta con una traducción literal al español, acostumbrado a traducirse como ellos. Algo que, actualmente, no solo es visto como impreciso, sino como una traducción excluyente pues, el pronombre en inglés no pertenece a ningún género en específico.
Entonces, las traducciones comenzaron a modificarse empleando el ellos y ellas, aunque esto, en realidad, no dejara de ser controversial. Justo cuando comenzaba a creerse que finalmente existía una traducción apropiada, la multiplicidad de géneros provocó un nuevo cuestionamiento: qué pasa con las personas no binarias, queer, intersexual, o de género fluido, quienes no se identifican con el masculino ni femenino, sea total o parcialmente. Quizá, una vez agotadas la gramática y toda clase de interpretaciones, el español tendrá que ceder ante el cambio.
A la fecha, la máxima autoridad de la lengua española, por momentos tirana, la Real Academia Española (RAE), se ha negado a incluir nuevos vocablos que faciliten la inclusión en el lenguaje. En febrero de 2020, el director de la RAE aseguró que, en tanto no sea inevtiable, las palabras con terminación "e" no serán incluidas en el diccionario de la lengua española. Una postura que se basa en el simple razonamiento gramático sin entender al lenguaje como una manifestación social.
En contraste, la Universidad de Buenos Aires, ha permitido presentar diferentes trabajos utilizando este tipo de lenguaje pues, en palabras de la profesora Laura Arnés, no interfiere con la comunicación. Una disputa, si se nos permite verle así, que nos recuerda aquella teoría que señala a la historia como un fenómeno cíclico pues, pareciera que, nuevamente, Latinoamércia luchara por su libertad, ésta vez, lingüística (Y no solo respecto al lenguaje inclusive). En este sentido, debemos recordar que, más de 550 millones de personas en el mundo utilizan el español para comunicarse, del cual, en promedio, 11 millones pertenecen a la comunidad LGBTTTQ. Así, cerca del 2% de la población de habla española, emplea un lenguaje con el que son incapaces de identificarse por el simple hecho de no tener las palabras para definirse.
Tal vez, para quienes se identifican con el género masculino o femenino, sea más difícil entender, y utilizar, palabras como elles o todes pero, una vez que comprendemos al lenguaje como una representación de la sociedad, nos podemos dar cuenta que se está dejando a una considerable parte de la población fuera de la conversación (literalmente). No es la única solución adoptar la terminación "e" para referirnos a ese grupo de la población con una identidad de género diferente, pero sin duda, será necesario encontrar la manera de adaptar el lenguaje a las nuevas exigencias sociales.
Hasta hace no mucho, debido al desafortunado incremento de crímenes de odio contra las mujeres, el feminicidio se ha convertido en un término muy empleado en Latinoamérica. Y aunque la comparación puede parecer fuera de proporción, lo cierto es que, así como el contexto social nos ha obligado a dar un nombre a este delito, la sociedad también exige la inclusión de las personas. Al final, el lenguaje expresa nuestra realidad, y no dar un significado a la gente que está fuera de lo masculino y femenino solo puede significar una cosa: elles no existen.
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