El Secreto de sus Ojos: Un discruso del corazón

 


Foto: Espinof

Ganadora del premio Oscar y Ariel en 2010, El Secreto de sus Ojos representa una de las películas latinoamericanas más destacadas del siglo XXI. Más allá de la fotografía, guión, o aspectos que atañen a la crítica cinematográfica, la cinta dirigida por Juan José Campanella permite una lectura amplia sobre la justicia y las penas. Ubicada en su mayoría durante la época de los setentas, la historia sigue a Benjamín Espósito durante la investigación de lo que actualmente, en México, se denominaría como el feminicidio de Liliana Colotto. 

Lo que en principio parecía ser un penoso problema de burocracia, termina por revelarse como un asunto de Estado, en el que sus actores responden irremediablemente al poder, a la dictadura. Empeñado en hacer justicia (lo que sea que eso signifique), Espósito se enreda en una serie de acciones atravesadas por la ironía, romantciismo y carisma, que el cine latinoamericano bien se ha encargado de representar. Y así como en la realidad actual, la película entrega un final decepcionante cuando, Isidoro Gómez, autor del crimen, resulta impune bajo la protección del mismo gobierno. 

Sin embargo, El Secreto de sus Ojos se transforma en una interrogante cuando Campanella revela el verdadero destino del culpable. Tras ser liberado, Gómez no tardaría en ser encontrado por Morales, pareja de Lliliana, y quien se encargaría de hacer cumplir la pena correspondiente. "Perpetua", le respondería Espósito a Morales, que buscaba conocer la pena a la cual se le tendría que condenar a Gómez. Respuesta que serviría a Morales para justificar el encierro que él mismo le ha hecho pasar a Gómez, en una celda aislada y con apenas lo suficiente para sobrevivir. Es esta, aquella toma reveladora, a la que se reduce toda la película pues, es entonces donde el espectador es cuestionado: ¿la víctima busca justicia o venganza?

Al respecto, primero habría que pensar en la proporcionalidad de las penas y delitos, donde queda claro que a un crimen de tan grande deshumanidad corresponde una pena de último grado, como lo es la privación de la libertad de manera vitalicia. Luego Beccaria nos hablará de la geometría de las penas, de los valores, de la obscuridad de las acciones humanas, para concluir que, la escala de las penas, es reflejo de los grados de tiranía y libertad. En este punto, se se nos revela una segunda reflexión, que nos hace ver cómo el castigo sufrido por Gómez es directamente proporcional a la dictadura sufrida por Argentina. A este criminal lo ha salvado el Estado de la pena impuesta por el mismo, pero no de la justicia que reclama, y hace valer, la sociedad. 

Sin duda, un pueblo dividido, donde se logran apreciar dos verdades: la del Estado, como ente que absuelve a sus cómplices, y la de la sociedad argentina, que de alguna manera, no hacen otra cosa sino cumplir con las leyes. Claro, la diferencia entre ambas es evidente, pero qué hacer cuando la rabia, la impotencia, y el dolor no son colmados por el Estado. Sobre esto, entre sus tantas líneas donde aborda el poder y los medios de control, Foucault señala que, la moderación de las penas se articula como un discurso del corazón. "De qué me sirve a mí meterle cuatro tiros", decía el propio Morales señalando que la muerte de una persona no retribuye la de otra. En ese orden de ideas, Foucault apunta, sin equivocarse además, que la humanidad en las penas no responde al criminal, sino a los encargados de hacerle cumplir el castigo. Por ello, nada cuesta abrazar el romanticismo para decir que, la sensibilidad existe para evitar que quien castiga caiga "fuera de la naturaleza" como lo han hecho las "bestias" que hacen daño a la sociedad. 

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