Diáspora oriental: El antichinismo mexicano
La relación entre China y México es una de las más antiguas. Establecida gracias al comercio, los primeros contactos entre ambas naciones se remontan al siglo XVI. El primer nao (barcos comerciales que cruzaban de China a España a través de México) arribó en Acapulco en 1565, manteniendo su actividad hasta 1815. Durante este periodo, considerables grupos de chinos comenzaron a asentarse en el territorio nacional, aumentado su número paulatinamente.
Su presencia era
visible gracias a la celebración de las ferias chinas, no obstante, fue hasta 1967
cuando la comunidad china alcanzó mayor notoriedad. El siglo XVII trajo
múltiples saqueos a las cotas hispanas, entre ellas Acapulco. Al respecto, los
ciudadanos formaron milicias locales para la defensa de la mercancía, estando
formada una de ellas por chinos.
El proceso de
modernización liderado por Porfirio Días, representó uno de los momentos más
convulsivos para la comunidad china. Atraído por la buena mano de obra mostrada
por los chinos en Estados Unidos, el ministro mexicano, Matías Romero, sugiero
al gobierno la contratación de obreros chinos. Para ello, entre 1884 y 1885, se
entablaron negociaciones con la Dinastía Qing quienes, pese a mostrar interés,
se reusaron a aceptar la oferta en principio.
China se rehusaba a
establecer un nuevo pacto comercial en América a causa de las protestas que obreros
chinos habían iniciado en Cuba, alegando maltrato y explotación. Por esto, la
propuesta hecha por México se prolongó hasta 1894 cuando, posterior a un análisis
realizado por el Ministerio Chino, se comenzó la redacción de un tratado entre
ambos países, firmado hasta cinco años más tarde.
Casi dos décadas
después, la Revolución Mexicana representó una de las peores etapas para la
comunidad originaria de Asia. Gran parte de la población china se asentó en el
norte del país, siendo Torreón una de las ciudades con mayor población en 1910.
Asimismo, la región de la Comarca Lagunera, se convirtió en uno de los últimos
bastiones porfiristas, superados en la zona por los insurgentes.
Fue por esto que, el
15 de mayo de 1911, Francisco I. Madero ordenó la toma de Torreón, dejando a
303 chinos muertos, además de cinco japoneses. Un lustro más tarde, en 1916, la
comunidad china fue protagonista de otra masacre, siendo saqueadas las tiendas
y granjas chinas de Chihuahua, resultando en el asesinato de 200 chinos. Además,
aunado al cobro de vidas, en 1920 se comenzó el cobro de aportaciones a la
comunidad china, bajo el argumento de apoyar la construcción de obras públicas,
aunque en realidad se trata de un abuso más por parte del Gobierno mexicano.
Frente a la masacre
ocurrida en México, China realizó una investigación sobre los hechos ocurridos
en Torreón, concluyendo que no existía evidencia de que los chinos provocaran
el ataque. En otra investigación conjunta entre los dos países, se estimó una
indemnización total de más de 30 millones de pesos. Sin embargo, en 1912 el
Estado mexicano se comprometió a pagar únicamente 3,100,000 pesos. Una cifra
que, pese a una segunda negociación, se mantendría, extendiendo la fecha de
pago al 15 de febrero de 1913.
Hoy en día, se
estima la presencia de más de 20 mil chinos, migrantes y descendientes, en territorio
nacional, con un importante crecimiento en los estados de Baja California,
Tijuana y Ciudad de México. Su participación en la economía y cultura nacional
han sido de gran importancia, sin embargo, la xenofobia ejercida por mexicanos
y mexicanas también ha sido constante. La eliminación de leyes racistas no
evitó que el antichinismo prevaleciera, principalmente en el norte, donde este
problema sigue creciendo. Una contradicción, como muchas en México, que retrata
las eternas dos realidades de este país, que se esfuerza por mostrar una imagen
externa tan diferente por dentro.
Información recuperada de: Xu Shisheng, “Los Chinos a lo largo de la Historia en México”.
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