Identidad social: Fragmentos de una sociedad
La Teoría de la
Identidad Social (TIS) surge a mediados de la década de los 90s, como una
respuesta a las conceptualizaciones individualistas presentes en Europa. Sin
embargo, podemos encontrar su relevancia todavía en nuestros días, cuando
dividir se ha patentado como el mejor mecanismo para vencer. Dicha teoría parte
del principio por el cual, todas las personas, se conciben a sí mismas como
parte de un grupo social. Tal idea permite al individuo desarrollar una serie
de características compartidas, que le ayudan a crear y forjar vínculos con
determinadas personas. Asimismo, este autoconcepto generado por cada persona,
les permite reafirmarse de manera positiva, validando pensamientos, emociones y
acciones.
En este sentido, la
TIS expone la importancia del sentido de pertenencia, así como sus peligros y
consecuencias. Por un lado, se resaltan las fortalezas sociales que suponen el
trabajo en conjunto. Virtudes de las que se han servido grupos históricamente
discriminados, como la comunidad afroamericana, grupos indígenas, mujeres y,
con mayor fuerza en años recientes, las comunidad LGBTTTIQ. Sectores
poblacionales que, por medio de un esfuerzo en conjunto han conquistado
derechos, cuando menos en el papel, que les protegen y reconocen. No obstante,
esta misma manera de conducirse, es la que han utilizado los grupos opositores
que, muchas veces, se ven reforzados por las esferas políticas y militares. Esto
último, generando un mayor sentido de validación pues, siendo estos los
sectores dominantes, es fácil que el resto de sectores sociales repliquen su
visión.
En consecuencia, la
diversificación de pensamiento, presente con mayor intensidad en la última
década, ha fortalecido a los grupos más conservadores pues, al tiempo que se
busca romper con los paradigmas, también se fragmentan las sociedades. En este
sentido, son cada vez más las categorías en las que se clasifican los
individuos, lo que genera que las personas no logren desarrollar un sentido de
pertenencia pleno. Si antes se celebraban las diferencias, y cómo estas podían
ser un punto de encuentro, despertando empatía, ahora éstas son la principal
razón por la que la población está dividida. Cada vez resulta más difícil identificarse
con un grupo, premiando el individualismo. La inclusión no podría estar más
alejada de la realidad, en gran medida, por el mensaje distorsionado que tantos
sectores reflejan.
Paradójicamente, el
tema central de todas estas luchas es, como apunta el activista Luis Ruíz, “no cambiar
unos derechos por otros, sino sumar”. Por supuesto, esto amenaza los
privilegios que los más poderos poseen, y la igualdad no tiene lugar en las jerarquías
sociales. No es casualidad que sean los paradigmas sociales machistas, clasistas,
racistas, y demás discriminatorios, los que prevalezcan en los Estados más
poderosos. Mantener una idea, por muy errónea que sea esta, resulta más cómodo
que reestructurar todo un sistema en pro de la equidad. Así, cuando las minorías
(algunas solo en apariencia, siendo mayores en realidad), buscan cambios, el
bloque mayor parece impenetrable, con cada sector poblacional vulnerable,
luchando por su propia causa. Evidentemente, la unión de todos esos grupos tampoco
es la fórmula perfecta para alcanzar una sociedad inclusiva pero, su división,
explica e incrementa la solidez de una sociedad conforme con el pasado.
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