La excepción como regla: Amber vs Depp

 

Foto: El Comercio


En la escena mundial, ningún caso había acaparado tantas miradas, ni había tenido una actualización diaria, como el caso de Johnny Depp contra Amber Heard. Posiblemente desde el juicio en Los Ángeles contra O. J Simpson, pocas veces se ha tenido tanto empeño en comprender el extraño mecanismo de justicia de los Estados Unidos. Desde el análisis en los argumentos, hasta la veracidad de las pruebas, gracias a la transmisión abierta, el público pudo ocupar el lugar de jurado desde antes de ser iniciado lo que, bien podría considerarse, una de las mejores producciones de Hollywood en el año. Una película que, como casi todas, demanda un héroe y un antagonista.

Cuando en 2018 la actriz estadounidense se pronunció contra la violencia de género, parecía que Amber se uniría a la preocupante lista de víctimas que ha cobrado la industria del cine. Sin embargo, los hechos destapados en las últimas semanas nos develan una serie de verdades de las que adolece la sociedad actual. Cada aspecto dentro del caso abre la puerta a una reflexión sobre la conducta humana; su comportamiento, sus emociones, así como su manera de contar la historia. No resulta ningún descubrimiento que, aquel que dirige la narrativa, es aquel que gana. Por ello, el triunfo de Deep ante la corte, parece un resultado previsto, que el propio actor supo advertir al solicitar la transmisión del conflicto.

El razonamiento y deliberación de la autoridad está predeterminado por el ordenamiento jurídico, en cambio, el juicio social está predispuesto a la narrativa. En la forma en la que se cuenta una historia, está la interpretación de las personas. Si las cámaras cuidan tomar el lado más vulnerable de un actor, arrepentido y dolido, las masas no tardarán en consumir aquella imagen, más aún, en sentir empatía por su protagonista. Nuevamente, la culpabilidad de las partes responde a los límites impuestos por la ley pero, en tiempos actuales, la proximidad, hace que también respondan a la opinión pública. Cada vez más consciente de su alcance, los juicios sociales son capaces de cobrar un alto costo, aunque pocas veces de manera justa. La necesidad de emitir una opinión, de dividir los hechos en verdaderos o falsos, precipita a las personas a emitir una postura inmediata, casi extrema.

Tras la emisión de la sentencia, el público poco tardó en apuntar sobre la actriz, señalándole no solo como responsable, sino como una nueva regla generalizada. En la lucha por la equidad, basta un solo eslabón para revertir los avances alcanzados, por lo que la culpabilidad de Amber parece el único argumento necesario para cuestionar la lucha feminista y traer a primer plano la victimización del género masculino. Aunque nunca se ha negado la violencia contra los hombres, volver este el discurso principal resulta irresponsable pues, si antes los prejuicios, estereotipos y vicios procesales ya resultaban un obstáculo para las mujeres víctimas de violencia, ahora, creer que se ha juzgado incorrectamente a todos los hombres, se convierte en otra forma de revictimizarlas, o peor, de poner en duda lo vivido por ellas. Al final, los absolutos son irracionales pero, quizá por esa misma razón, igual de peligrosos.

De ahí la importancia de las narrativas, de cómo estas son capaces de moldear mentes y formar realidades. Ni Depp es todos los hombres, ni todas las mujeres son Amber. No cabe duda que, habrá excepciones donde el agresor pueda probar su inocencia, y que este debe ser el principio rector de todo procedimiento penal, no obstante, esto de ninguna manera implica que se deba generalizar en todos los casos. Si bien es imposible mantener la parcialidad entre el público, se debe hacer un esfuerzo por equilibrar la balanza, sin caer en la sobrecompensación. Creer en las víctimas no implica emitir una resolución condenatoria de forma instantánea, como preservar la inocencia no debe(ría) ser sinónimo de impunidad. Evidentemente, los intereses, la comercialización y la fabricación de personajes, impide muchas ver leer entre líneas, dejándonos arrastras por las voces más fuertes, aunque no sean las más razonables.


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